libros

Creo que la primera vez que oí hablar de best sellers como contrapuestos a los long sellers fue leyendo un texto de Javier Fernández Aguado.  Hoy, estudiando un tema relacionado con el marketing, han aflorado de nuevo los conceptos como paradigmas de dos modos muy distintos de hacer y vivir.

Aunque haya excepciones, muchos best sellers son obras maestras del marketing.  Libros escritos atendiendo a los gustos de su público objetivo, escogiendo las temáticas, el lenguaje, el desarrollo y hasta las ideas de fondo en función de lo que la gente está dispuesta a comprar.  Este tipo de bestsellers ponen de manifiesto el imperio del consumismo aplicado a la lectura.  Libros de usar y tirar.  Entretener y olvidar.  Estrellas fugaces.  Polvos rápidos culturales.

En el otro extremo encontramos los long sellers.  Esas obras que no pegan el pelotazo en el momento, que no venden miles de ejemplares al mes pero que -por su calidad y profundidad- conectan con lo más profundo de sus lectores de ayer, de hoy y del mañana.  Libros a los que denominamos clásicos porque -como si de un buen vino se tratara- el paso del tiempo no los deteriora sino que pone de manifiesto su grandeza, su calidad y su trascendencia a través de la continuidad de su vigencia.

Cada año se publican miles de libros, y millones son los que se han escrito a lo largo de la historia.  No tendremos tiempo de leerlos todos.  Así que más nos vale escoger bien, siguiendo los consejos y recomendaciones de quienes nos inspiren confianza, cotilleando en la bibliografía de aquellos libros que nos hayan fascinado, ojeando sus páginas sin pudor en las librerías o bibliotecas antes de llevárnoslos a casa.

Los libros son alimento para la mente y el alma.  Asegurémonos de que sean nutritivos antes de devorarlos, no vaya a ser que nos atiborremos de páginas sin sabor ni sentido, de indigestos alimentos plastificados que tras una hermosa apariencia nos dejen insatisfechos y maltrechos, enfermos y desganados.

Share This