Recupero hoy un antiguo post, y le incorporo su versión podcast para quienes prefiráis escucharlo.  Es algo que haré -de vez en cuando- a partir de ahora con algunos de esos escritos a los que tengo cariño…  O a los que vosotros más atendéis.

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Cuando uno ama, quisiera permanecer por siempre con quien ha decido compartir su existencia…  Pero, en ocasiones, la vida tiene otros planes.  ¿Qué hacer, qué decir en esos casos?

La mayoría de nosotros tenemos la experiencia de la pérdida de alguien que, entendemos, todavía no debería haber marchado.  Y se te parte el alma contemplando el dolor del que se queda aquí, como ausente, vacío por dentro…  En esos momentos no hay palabras de consuelo que valgan, sólo el abrazo y la lágrima compartida.

Es fácil comprender ese desgarro porque sabes que esa persona rota podrías ser tú…  Es más, puede que algún día seas tú…  O puede que sea tu pareja.  Ese convencimiento es el que da origen a la carta sobre la que hoy he meditado, un escrito dedicado al que se queda, una auténtica oda a un amor que no perece aunque uno desaparezca.  No he localizado a su autor, y no importa, así debe ser.  Circula por la red y aparece en algunas compilaciones…  Siempre de forma anónima… Porque lo importante, en este caso, no es quién lo escribió sino su contenido.

Lee el texto, hazlo tuyo, deja que te toque el alma, que transforme tu día a día…  Y escribe a la persona amada esa carta que querrías que leyera cuando tú ya no estés…  Tal vez sea mejor entregársela en este momento, para que sepa los tesoros que le reservas en tu alma.

Leamos, inspirémonos antes de expirar:

Si me voy antes que tú, no llores por mi ausencia; alégrate por todo lo que hemos amado juntos.

No me busques entre los muertos, en donde nunca estuvimos, encuéntrame en todas aquellas cosas que no habrían existido si tú y yo no nos hubiésemos conocido.

Yo estaré a tu lado, sin duda alguna, en todo lo que hayamos creado juntos: en nuestros hijos, por supuesto, pero también en el sudor compartido en el placer, en el sudor del trabajo y en las lágrimas que intercambiamos.  Y en todos aquellos que pasaron a nuestro lado que, irremediablemente, recibieron algo de nosotros y llevan incorporado (sin ellos ni nosotros notarlo) algo de mí y algo de ti.

También nuestros fracasos, nuestras indolencias y nuestros pecados serán testigos permanentes de que estuvimos vivos, y no fuimos ángeles sino humanos. 

No te ates a los recuerdos ni a los objetos, porque dondequiera que mires que hayamos estado, con quienquiera que hables que nos conociese, allí habrá algo mío; aquello sería distinto, pero indudablemente distinto, si no hubiésemos aceptado vivir juntos nuestro amor durante tantos años; el mundo estará ya siempre salpicado de nosotros.

No llores mi falta, porque sólo te faltará mi palabra nueva y mi calor de ese momento. Llora si quieres porque el cuerpo se llena de lágrimas ante todo aquello que es más grande que él, que no es capaz de comprender, pero que entiende como algo grandioso, porque cuando la lengua no es capaz de expresar una emoción, ya sólo pueden hablar los ojos.

Y vive. Vive creando cada día y más que antes.  Porque yo, no sé cómo, pero estoy seguro de que desde mi otra presencia, yo también estaré creando junto a ti, y será precisamente en ese acto de traer algo que no estaba donde nos habremos encontrado. Sin entenderlo muy bien, pero así. Como los granos de trigo que no entienden que sus compañeros muertos en el campo han dado vida a muchos nuevos compañeros.

Así, con esa esperanza, deberás continuar dejando tu huella, para que cuando tu muerte nos vuelva a dar la misma voz, cuando nuestro próximo abrazo nos incorpore ya sin ruptura a la Única Creación, muchos puedan decir de nosotros: si no nos hubiesen amado, el mundo estaría más atrás.

Que tengas un buen fin de semana.  Que tengas una buena vida.  Que tengas una buena muerte.  Que tengas un gran Amor que traspase los límites entre el vivir y el morir.

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