CONÓCEME

Nací en Barcelona el 7 de agosto de 1977, bajo el signo de Leo.  Fui el primogénito de mis padres, que con los años me darían tres hermanos.  Crecí, por tanto, en el seno de una familia numerosa.  Quien ha tenido la suerte de nacer en una sabe que tienen una característica especial y única: en ellas no puedes sentirse sólo ni desamparado porque nunca lo estás.

Católicos practicantes y tradicionales, que no tradicionalistas, mis padres me bautizaron y educaron como tal.  Viví su espiritualidad -que durante mucho tiempo fue también la mía- desde dentro, con intensidad e interés, y ésta me ayudó a abrirme a una Trascendencia que con los años me animaría a buscarla por otros caminos, por los que tenía especialmente preparados para mí.

Haciendo un esfuerzo económico importante, mis padres siempre invirtieron en mis estudios: escogieron -en cada momento- la que consideraron la mejor opción para mi formación.  Nunca se lo agradeceré lo suficiente.  Soy un privilegiado que ha estudiado en Viaró, en ESADE y en la Universidad Internacional de Catalunya.  He participado en cursos, debates y congresos en otras univesidades y, lo mejor de todo, siempre he tenido un libro para leer porque -ya de niño- se comprometieron conmigo a que cada vez que terminara uno, ellos me comprarían otro.  Creo que, en ese momento, no imaginaban lo cara que les iba a salir su promesa porque -desde muy joven- he sido un ávido lector que ha devorado los libros, en los que he encontrado un imprescindible alimento para mi mente y mi alma.

En mi adolescencia descubrí las artes marciales tradicionales y, con ellas, el pensamiento oriental.  Sintonicé de inmediato con sus planteamientos porque descubrí en ellos muchas de mis intuiciones.  Con el tiempo, dejé las artes marciales, pero no el orientalismo que tanto me ha aportado, ni el hábito de meditar.

El budismo -y algunas de mis lecturas filosóficas de la época- me alejaron durante algunos años de la religión católica, aunque no de la espiritualidad.  El simbolismo, el advaita y el esoterismo (especialmente el de carácter guenoniano) me descubrieron nuevos mundos que -con el tiempo- me llevaron a reconciliarme con el Dios de mi tradición…  Aunque percibiendo en Él (o Ella, o Ello, no vamos a discutir por el nombre que le demos) un nuevo rostro.

Desde entonces, mi travesía espiritual no ha cesado: he tenido maestros de los más diversos pelajes, tradiciones y linajes; he buscado por todos los rincones, filosofías, religiones, órdenes iniciáticas, espiritualidades y nuevos movimientos una mayor comprensión y experiencia de ese Absoluto que no deja de llamarnos en silencio y desde el Silencio, atrayéndonos suavemente hacia Sí.  He descubierto atisbos de Él por todas partes, pero a Él -tal cual- en ninguna.

Sin embargo, la espiritualidad ignaciana me dio una clave que ya no me ha abandonado: Deus semper maior, Dios es siempre más grande de lo que podamos decir o pensar sobre Él y -por eso mismo- por mucho que Le descubramos, conozcamos o tratemos, jamás podremos creernos en posesión de la Verdad sobre su naturaleza o ser,  porque no hay concepto ni palabra que Le agote…  Sólo dedos que apuntan en su dirección.

La ya mencionada espiritualidad ignaciana ha sido, en mi caso, la que ha permitido que todas las piezas de mi vida encajaran, armonizándolas y formando un puzle cargado de sentido.  La experiencia de estar un mes de retiro, en absoluto silencio, dedicado a la reflexión, la meditación, la oración y la contemplación, practicando los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola que constituyen la columna vertebral de la Compañía de Jesús, me permitieron vivir unas experiencias y pusieron en marcha unas transformaciones que todavía a día de hoy están dando sus frutos…  Entre otros, este proyecto -que ha tardado un año en gestarse- de compartir cuanto me ha sido dado -y cuanto he ido descubriendo- en un acto de amor y servicio.

Porque más allá de mi licenciatura en Derecho, mis estudios superiores en Derecho Laboral y Seguridad Social, mi Máster en Asesoramiento Fiscal, mi Doctorado en Ciencias Humanas, Sociales y Jurídicas y mi trabajo como directivo en Óptica Andorrana, esos ejercicios espirituales me hicieron tomar conciencia de que la mayoría de nosotros dedicamos mucho más tiempo a nuestra formación profesional que a nuestra formación humana, a nuestra preparación como trabajadores que al desarrollo de nuestro potencial para ser personas capaces de florecer y dar a luz el mejor de sus rostros.  Y, ¿acaso es más importante nuestro empleo que nuestra humanidad?  ¿Es más importante ser un buen abogado o un buen directivo que un buen ciudadano, un buen amigo, una buena pareja o un buen padre?  Está claro que no, que de nada sirve ser un gran profesional -ni ganar el mundo- si por el camino nos perdemos a nosotros mismos…  Pero nuestros actos, por desgracia, a menudo no se corresponden con las que creemos que son nuestras ideas.

En mi retiro lo vi claro, y entendí que el camino que había recorrido -con mis aciertos y errores, éxitos y tropiezos- me hacía la persona idónea para llamar la atención de quienes me rodean sobre lo absurdo de vivir una existencia sin profundidad ni humanidad.  Si quería ser un hombre para los demás, debía vivir con mayor coherencia y poner mis conocimientos y experiencias al servicio del despertar -no sólo propio- sino ajeno.  El haber dedicado más de 25 años de mi vida al estudio y práctica de lo realmente importante -y el seguir siendo consciente de que estamos en camino hacia una cima que nunca alcanzaremos en esta vida- debía ser el punto de partida de una vocación que ha dado lugar a este proyecto, a mis libros y a cuanto está por venir.

En una época en la que las religiones están pasando un mal momento, en la que parece que los únicos valores que se toman en consideración son los bursátiles y en la que dedicamos nuestro escaso tiempo libre a evadirnos o a prepararnos para trabajar todavía más y mejor, mis aportaciones sobre filosofía, espiritualidad, simbolismo, religión, valores y meta-economía pretenden ayudarte a descubrir que, probablemente, estás llamado a vivir una vida mucho más feliz y plena de la que tienes actualmente…  Y que hay un camino para lograrlo especialmente diseñado para ti, y cuya brújula se encuentra en tu interior.

En tu lugar, en tus circunstancias y en todos los recovecos de tu propia vida se encuentra la semilla de un futuro mucho mejor.  Basta con ponerse manos a la obra…  Y yo estoy aquí para ayudarte a conseguirlo, como otros me han ayudado -y me siguen ayudando- a mí.  Que falta nos hace.

Porque, recuerda: vamos detrás de una cima tan alta que es seguro que nos encontraremos en el camino, porque estaremos siempre en camino…  Disfrutando, compartiendo y aprendiendo de él.

¿Te apuntas a hacer conmigo este viaje, a convertirlo en tu viaje?

¡Atrévete!  Esta decisión lo cambiará todo.  Porque, si tú cambias, todo cambia.

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