Esta mañana, revisando mis notas del mes de Ejercicios Espirituales, he reencontrado una anotación de algo que me sorprendió muchísimo durante mi estancia en el castillo de Javier.

En el punto 299 de su libro de Ejercicios Espirituales, San Ignacio nos invita a contemplar uno de los misterios de la vida de Cristo, en concreto la que él considera que debió ser la primera de sus apariciones tras la Resurrección: la aparición a su madre.

¿Cuál es el problema?  Que esa aparición, que parece lógica e importante, no aparece reflejada en los evangelios…  Sin embargo, eso no ‘achanta’ al fundador de la Compañía de Jesús, que dice expresamente:

Primero.  Apareció a la Virgen María.  Lo cual, aunque no se diga en la Escritura, se tiene por dicho en decir que apareció a tantos otros.  Porque la Escritura supone que tenemos entendimiento, como está escrito: ‘¿También vosotros estáis sin entendimiento?’

Independientemente de que creamos, o no, que Cristo se apareció tras su resurrección a la Virgen María (hay opiniones para todos los gustos entre los estudiosos del tema), me temo que los amantes del principio sola scriptura se removerán incómodos con el planteamiento ignaciano.  Puede que algunos lo rechacen de plano mientras que otros acepten el argumento del de Loyola.  Lo que está claro -y hoy quiero poner de manifiesto- es que ese criterio hermenéutico que acompaña a las contemplaciones propias de los Ejercicios, dota a éstas de una vida, de una proximidad, de una intimidad y de unas dinámicas que -si bien pueden encerrar ciertos peligros de ‘amplitud interpretativa’- transforman la lectura de los evangelios en una experiencia interior que se puede gustar y sentir.

Os animo a introduciros en la contemplación ignaciana como método de aproximación ‘experiencial’ a los evangelios, contemplándolos como si presentes os hallárais en cada escena, poniéndoos en la piel de cada uno de los protagonistas, alternándolo con la visión de un tercero invitado a la escena…  Sintiendo y gustando para que la letra pase por la mente, el corazón y el alma…  Haciéndola experiencia propia capaz de transformarnos, de hacernos tropezar con ese Resucitado que es fuente de Vida, y de Vida en abundancia.

 

 

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