No es extraño que nos ilusionen los principios, los nuevos proyectos, la novedad de lo desconocido.  El reto recién llegado nos provoca un cosquilleo en el estómago que nos llena de energía para afrontarlo y tratar de lograr algo grande…

Sin embargo, solemos olvidar que la mayoría de comienzos implican el fin de lo precedente, que no puede haber renacimiento sin muerte…  Y los fines nos aterrorizan, nos frenan, nos hacen permanecer inmóviles.

¿Cuántos nuevos comienzos habremos frustrado por no atrevernos a decir «fin»?  No podemos tomar lo nuevo sin soltar antes lo viejo.

Vale la pena que dediquemos el fin de semana a reflexionar sobre ello…  Puede que nos mueva a hacer algunos cambios.

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