Ayer estuve con un buen amigo que es un auténtico maestro de vida, una persona que tiene claras sus prioridades…  Y éstas no son las del mundo.

Una persona que desarrolla su potencial, persigue sus sueños, los alcanza y mejora su entorno con la luz y afecto que -como ríos- surgen de su persona y corazón.

Siempre es un placer codearte con personas como él, grandes almas que te recargan y enriquecen con su mera presencia…  Ya no te digo con su trato, afecto y conversación.

Me gustó una imagen que surgió durante nuestra charla, durante el café.  Me estaba explicando la sensación de impotencia que le embarga cuando intenta ayudar a alguien que no se siente satisfecho con su vida (no pocas veces exitosa, a la luz de las categorías propias de nuestra sociedad) y se da cuenta que choca contra un muro de incomprensión.

Me decía que resulta increíble comprobar que personas que acaban de decirte que aborrecen su vida sean -al mismo tiempo- incapaces de replantearse sus valores, sus principios.  ¡Si no cambias tu modo de actuar, los resultados seguirán siendo los mismos!

Él siempre les hace idéntica propuesta: busca tu vocación, que generalmente se te muestra en forma de sueño lúcido.  Busca quién estás llamado a ser, y sólo así descubrirás qué estás llamado a hacer para ser feliz y mejorar el mundo.

Si lo haces, tendrás una vida descentrada, plena, lograda.  Si no, seguirás con esa sensación de vacío interior que parece que te oprima el alma.  Tan sencillo como esto, no hay más misterio.

Pero parece que, aunque no se trate de un misterio, sí que implica un cambio de conciencia para el que no todo el mundo está preparado.

Muchos no le creen ni escuchan, no contemplan la posibilidad de vivir de otro modo, con otros valores, con otras metas, con otros sueños.

«A veces me siento -me decía- como un chimancé que se vuelve humano, que descubre las maravillas propias de su nuevo estado y acude corriendo a compartirlo con sus amigos primates.  Para su sorpresa y estupor, éstos le miran con ojos perdidos -pelando un plátano- mientras él trata de explicarles las maravillas del lenguaje, del razonamiento, del cálculo, de la ciencia y de la espiritualidad…  De un mundo que está a su alcance y se están perdiendo».

Me pareció una curiosa -pero didáctica- manera de referirse al mito platónico de la caverna…  No pude más que advertirle de que no hay peor ciego que el que no quiere ver, que los cambios suponen incertidumbre, que por eso mismo atemorizan y, por último,  que el miedo a menudo engendra violencia.

Así que le recomendé no insistir a quien no quiere escuchar, ya que algunas conversaciones entre seres humanos -muy humanos- y primates pueden terminar con un brutal manotazo.  Cuestiones de lenguaje…  Y de conciencia.  No todo el mundo está dispuesto a dejar de ser el que es para convertirse en el que puede llegar a ser.

Tiempo al tiempo, cada uno tiene su momento…  Y no es posible acelerar la primavera.

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