Hay escuelas espirituales que recomiendan a sus seguidores abolir los deseos. Mucho me temo que se trata de la corrupción de un principio espiritual común a la mayoría de tradiciones espirituales y que consiste en la propuesta de abolir el apego como camino a la paz interior y a la auténtica libertad.
Deseo y apego no son lo mismo, aunque a menudo se confundan y en ocasiones coincidan.
Podemos apegarnos a nuestros deseos, o podemos seguir nuestros deseos sin apegarnos a ellos.
La espiritualidad ignaciana -a la que tanto debo- nos recomienda atender, observar y meditar en torno a nuestros deseos pero sin apegarnos a ellos. Porque los deseos son las energías de la Vida que nos mueven en una u otra dirección. Nos invitan a movernos, a ponernos en marcha, a dar el primer paso. Nos motivan, nos arrancan… Aunque somos nosotros, con nuestro discernimiento, quienes debemos tomar el volante, el timón, y marcar el rumbo de nuestra vida con cabeza y corazón.
¿Qué deseos anidan en lo más profundo de tu alma? ¿Te atreves a mirarlos a los ojos, a asumirlos, a tratar de comprenderlos y a decidir si debes seguirlos y de qué modo?
Hay deseos que te abren nuevos horizontes vitales y te dotan de una mayor libertad. Hay deseos desenfrenados, incontrolados, pasiones o apegos que te encadenan y te impiden seguir avanzando por la senda que conduce a tu Destino, al sueño que la Vida ha tenido para ti… Al lugar en cuyo camino encontrarás la felicidad.
No renuncies a tus deseos, no los reprimas, mejor disciérnelos… Puede que sean una caricia de Dios en tu corazón, le energía que te regala para que logres alzar el vuelo.