todos

A veces, llevados por la mejor de las intenciones, nos adentramos en senderos que no conducen a ninguna parte.  Los faraónicos proyectos, los grandes sueños y las fabulosas utopías tienen su sentido como combustible, como palanca que nos ponga en marcha y nos mantenga en camino…  Pero no pueden ser nuestro único objetivo porque la utopía, por definición, es un no-lugar, un estado inalcanzable que, pese a ello, nos llena de esperanza, pasión y energía.

Amo las utopías, pero no por ello desconozco sus peligros.  También yo he sido cegado por el anhelo de la Justicia Universal, mientras era injusto con con un buen amigo.  También yo me he embelesado ante la imagen del Amor Fraterno y Universal, mientras era incapaz de socorrer la necesidad del mendigo que se apostaba en puerta de la estación del tren.  También yo he clamado libertad, mientras era esclavo de todas y cada una de mis innecesarias necesidades.

Tal vez por este motivo, considero de una lucidez sin precedentes la frase de Boris Vian que dice así: «Lo que me interesa no es la felicidad de todo hombre, sino la de cada hombre».  Ése es, en mi opinión, el camino correcto…  El que nos acercará, cada día más, a ese estado ideal que sólo cabe en Utopía: atender a lo concreto, a lo cercano, a lo viable, a lo que tiene rostro humano, sin perder de vista lo universal, lo absoluto, lo inabarcable.  O, como gustaba de decir a Ignacio de Loyola: Non coerceri maximo, contineri tamen a minimo, divinum est,  cosa divina es no estar ceñido por lo más grande y, sin embargo, estar contenido entero en lo más pequeño…  La gran enseñanza de lo pequeño, que es hermoso.

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