Dialogar no es fácil porque no depende de uno, sino de dos.  Es preciso que ambos interlocutores acojan la palabra del otro en su interior con apertura y respeto para que ésta haga raíces y pueda dar lugar a nuevos brotes.  No hay diálogo cuando uno se marcha como llegó.  El diálogo es un regalo mutuo de lo mejor que tiene cada uno y, por eso mismo, es preciso saber entregarse sin imponerse…  Pero también saber aceptar el regalo que nos hacen.

Hago esta introducción para que se entienda mejor la afirmación que da título a este post: prefiero ser amable a tener razón…  O, más exactamente, a que me digan que la tengo.  Porque está claro que, cuando afirmo algo, es porque -al menos en ese momento- estoy absolutamente convencido de lo que estoy diciendo.  Si me muestran -o demuestran- que estoy equivocado, no suele costarme un gran esfuerzo el recular y cambiar de posición…  Creo que va con mi temperamento.

Sin embargo, siempre me ha costado mucho más el que alguien no vea -o, peor aún, se niegue a ver- lo que me parece a todas luces evidente…  O que, directamente, te desprecie porque ya se encuentra en posesión de la Verdad, como si del oráculo de Delfos se tratara.  No hay nada que me irrite más que afirmaciones del estilo ‘puedes decir lo que quieras, porque no voy a cambiar de opinión’ o ‘ podemos hablar lo que quieras, pero sé que yo estoy en la verdad y tú en el error’. 

En esos momentos, además de palpitarme el corazón con más fuerza y subirme violentamente la sangre a la cabeza, lo que me nace es contestar: ‘entonces, ¿se puede saber para qué estamos hablando?’  Porque adoro los diálogos, pero sólo disfruto de los monólogos clásicos expresamente escogidos o de carácter humorístico.  Y no entiendo que uno se ponga a ‘dialogar’ con un condón puesto en la cabeza y en el corazón para que lo que le están diciendo no penetre en su mente o en su conciencia.  Para eso, prefiero mil veces un plácido silencio.

Pero no, el tiempo me ha llevado a templar mi carácter -o mal carácter- y a preferir la amabilidad a que me den la razón.  Porque incluso en los casos extremos de profilaxis mental, tú no podrás aportarle intelectualmente nada al otro…  Pero puede que él a ti sí.  Y, en cambio, tu respuesta amable (esto es, cargada de amor) es muy probable que produzca -en el otro- cambios interiores a largo plazo que escapan a nuestra previsión y entendimiento.

Demasiadas veces, la amabilidad tiene más fuerza que la razón.  Me lo ha mostrado la experiencia e intento no olvidarlo…  Aunque, en ocasiones, me cueste…  Como bien sabe quien me conoce y soporta.12

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