Voy a empezar la semana con una historia.

No habla de espiritualidad, pero contiene una enseñanza esencial sobre ella.

Porque a menudo hemos sido educados en una espiritualidad, religiosidad o -incluso- cultura, que nos lleva a exigirnos lo imposible…  Y eso nos hace daño.

Por eso abogo por una espiritualidad de lo posible…  Que atienda a la realidad de las cosas.

Pero empecemos con el cuento…  Y ya sacaremos nuestras propias conclusiones:

Había una vez un rey al que regalaron un exquisito y exclusivo juego de cien tazas de porcelana china que habían sido decoradas -a mano- con realistas dibujos que representaban hitos en la vida de la familia real.

 

Tanto le gustó el obsequio, que hizo adecuar un salón de su castillo para exponer las tazas y convocó a sus súbditos para ofrecer un puesto de trabajo -altísimamente remunerado- como ‘cuidador del tesoro de porcelana del rey’.

 

Muchos fueron los candidatos, pero sólo uno el elegido.  Un joven, con experiencia como mayordomo, iba a ser el cuidador de las tazas.

 

Le dijo el rey:

 

– Es preciso que cada día limpies todas y cada una de mis tazas una vez por la mañana, otra al mediodía y otra al atardecer.  No quiero encontrar en ellas una mota de polvo cuando venga a contemplarlas.  Por hacer esto, te pagaré treinta veces lo que estabas cobrando como mayordomo…  Pero una cosa sí te digo: si se te rompe una de mis tazas, pagarás con tu vida…  Porque te cortaré el cuello.

 

El cuidador del tesoro de porcelana del rey ocupó su lugar e hizo con cuidado su función.  Cada día, el rey encontró sus tazas inmaculadas, sin una mota de polvo.  Hasta que un día, en su visita diaria, observó que sólo había noventa y nueve tazas.

 

– ¿Por qué falta una taza?- preguntó el monarca al mayordomo.

 

Temblando, y con un sudor frío corriéndole por la espalda, éste le respondió:

 

– Porque esta mañana, al limpiar las tazas, una de ellas se me resbaló de entre los dedos, cayó al suelo y se hizo añicos.

 

Pagó su error con su vida.  El rey hizo que le cortaran el cuello…  Y convocó de nuevo a sus súbditos para elegir a un nuevo cuidador del tesoro de porcelana del rey.

 

Conocedores de lo que le había acontecido al mayordomo, muy pocos súbditos acudieron a la convocatoria.  Sólo aquellos a los que la necesidad económica dificultaba mucho su subsistencia se atrevieron a plantearse tan lucrativa pero peligrosa opción.

 

De entre los candidatos, el rey eligió al joven Juan, el hijo de un labriego que había entrado a trabajar como mayordomo de un noble que había perdido el favor del rey y, con él, su fortuna y poder. 

 

El joven Juan ocupó su lugar y cuidó con esmero de las tazas de porcelana china…  Durante tres semanas…  Que fue el tiempo que tardó el monarca en cortarle el cuello por haber quebrado uno de sus tesoros durante su proceso de limpieza.

 

Nueva oferta de trabajo para ser el cuidador del tesoro de porcelana del rey…  Nadie -ni un solo súbdito- acudió al llamado del rey.  Estaban aterrados…  Y él, indignado.

 

– ¿Nadie va a acudir a mi llamado?- espetó indignado a sus consejeros.  Si es así, yo mismo elegiré al nuevo cuidador de mis tazas de entre todos mis súbditos, y como no acepte mi orden, le cortaré el cuello a él y a toza su familia.

 

En ese momento, el mayor de sus consejeros -apoyándose en su bastón- dio un paso al frente.

 

– Yo seré el nuevo cuidador de vuestro tesoro de porcelana, mi señor.

 

– ¿Tú?  No – le dijo el rey.  Eres uno de mis más valiosos consejeros.

 

– Por eso mismo, le respondió el anciano.  Llevo muchos años asesorándoos y ya he compartido con vos casi toda mi sabiduría.  Ahora dedicaré toda mi experiencia a cuidar con esmero vuestro tesoro de porcelana…  Además, tengo ochenta y cinco años y muy poco que perder.

 

El rey accedió.

 

El anciano consejero ocupó su lugar en el salón del tesoro de porcelana del rey y, en cuanto se quedó solo, se escuchó un estrepitoso ruido que no terminaba.

 

Cuando el rey entró en la sala, se encontró al anciano golpeando furibundo con su bastón todas y cada una de las tazas hasta hacerlas añicos.

 

– Pero…  ¿Te has vuelto loco? Balbuceó el rey, incrédulo ante lo que veían sus ojos.

 

– ¿Loco?  No majestad, terriblemente cuerdo…  Acabo de salvar noventa y ocho vidas.

 

Obviamente, pagó con la suya.

 

En ocasiones, también nosotros vamos por la vida cargados con un peso y unas obligaciones que resultan imposibles.

Condenados a un fracaso seguro.

Porque, quien toca, rompe.

Las espiritualidades de ‘los perfectos’ hacen mucho daño.  Porque no somos perfectos…  Por mucho que actúe la Gracia, somos humanos…  No perfectos.  

Así que, o nos volvemos unos fariseos que ocultan sus debilidades, o andamos con nuestra autoestima por los suelos porque no llegamos a los estándares de imposible conducta que nos han (o hemos) establecido como exigencia de vida.  Mal negocio.

Así que, de vez en cuando, es preciso coger el bastón y hacer un estropicio con todas esas exigencias y ensoñaciones sin sentido que, en lugar de ayudarnos a crecer, nos hunden en la ciénaga de la depresión.

Porque, aunque se vistan de religiosidad o espiritualidad, no lo son.

No es fácil hacerlo.

Hay que ser muy valiente.

Porque puede que nos miren y nos traten como a locos.

Pero salvaremos vidas…

Y la primera de ellas, la nuestra.

 

¡Que pases un buen día!

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