La vida, en ocasiones, te hace un regalo. A mí me lo ha hecho y ha puesto en mi camino a una persona que se ha demostrado maravillosa… Cuando hay quien la pinta como un auténtico demonio sin corazón. No cuadra esta definición con mi experiencia, y no detecto en mi nueva amistad rastro alguno de esquizofrenia.
Así que, o ha cambiado mucho en los últimos tiempos, o la calumnia se ha cebado en su persona… Lo cual no sería especialmente extraño, pues los calumniadores tienden a denostar a los mejores del mismo modo que los pájaros pican y estropean las frutas que les parecen más sabrosas.
La grandeza de un hombre puede medirse por la talla de sus enemigos -me decía alguien a quien conozco y aprecio- y, desgraciadamente, creo que tiene razón. ¿Contra quién tiran piedras los gamberros? ¿Contra el árbol seco o contra el que está cargado de frutos? La envidia es terrible y da a luz nuestros peores demonios… Que cargamos sobre los hombros de aquél que es todo lo que nosotros no hemos logrado.
Cuidado con la calumnia porque hace mucho daño… Y no sólo al calumniado, también al calumniador… Que se convierte en serpiente que susurra falsedades al oído de los hombres… Y se condena a defender sus propias mentiras hasta que éstas destrozan vidas y confianzas.
Decía Jacinto Benavente que «el lujo de ser mejores que los demás hay que pagarlo; la sociedad exige un tributo que ha de pagarse en tiras de pellejo»… Macabro tributo que mi nuevo amigo ha tenido que pagar, lo que me duele por él y por nosotros…
Porque, ¿en qué mundo vivimos? ¿Qué estamos haciendo de él? Rija en nosotros la verdad y el reconocimiento, no la envidia y la calumnia… O construiremos un infierno en la tierra en el que toda honra arderá entre terribles sufrimientos… Especialmente la nuestra.